Compadecerse del ser humano.
Evangelio según san Marcos 8, 1-10: Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían que comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen que comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos. Le replicaron sus discípulos: ¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para que queden satisfechos. Él les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: Siete. Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
INVITADOS A REFLEXIONAR
La alimentación es una condición
imprescindible para seguir viviendo. Uno lamenta a menudo la tragedia de una
civilización de miles de años de existencia que todavía no ha logrado alimentos
para todos, paz para todos, felicidad para todos. Sigue muriendo mucha gente de
hambre: hambre de pan, hambre de compañía, hambre de educación, hambre de
acogida, hambre de amor.
La gente desfallece en el camino, busca alivio para sus penas y se encuentra con vendedores de falsas esperanzas que les atosigan con su propaganda. Necesita consuelo y recibe intensos golpes de agresividad que aumentan su angustia. Busca paz espiritual, y se ve obligado a sufrir oleadas de ruidos ensordecedores que aturden y hunden en el abismo.
¿De dónde se puede sacar tanto “pan” para aliviar un cúmulo tan grande de necesidades? Me duelen los que pasan hambre. Me duelen los que se sienten deprimidos y sin ilusión. Me duelen los niños abandonados, sin padres, sin protección, sin amor. Me duelen los ancianos con la piel acartonada por falta de caricias. Me duelen las víctimas de la guerra. Me duelen millones de familia rotas por la incomprensión. Me duele mi mundo, sembrado de terror, regado por el odio, atrapado en las feroces garras del consumismo.
Alimenta, Señor, mi espíritu con tu amor.
Alimenta, Señor, mi soledad con tu compañía.
Alimenta, Señor, mi ignorancia con tu sabiduría.
Alimenta, Señor, mi pueblo con tu auxilio.
Alimenta, Señor, mi familia con tu presencia.
Alimenta, Señor, tu Iglesia con el fuego de tu Espíritu.
Alimenta, Señor, mi debilidad con tu fuerza.
Alimenta, Señor, mi mente con tu paz.
Alimenta, Señor, mi corazón con tu gracia.
Alimenta, Señor, mi oración con tu amistad.
Sólo el Señor puede saciar nuestra sed de felicidad y nuestra hambre de amor. Somos seres finitos con vocación de eternidad. Buscamos ansiosamente lo que el mundo no puede darnos.
“Tú, mi Dios, te multiplicas todos los días en el Pan Eucarístico y te haces presente en nuestras frágiles manos. Descansa en mi vida y diseña mi corazón para que deje de tener un corazón de piedra y haz que se convierta en un corazón de carne.” (P. Gregorio Mateu)
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