Sábado 7 de Enero 2023
Superar el cansancio, la esclavitud
Santo Evangelio san Mateo 4, 12-17, 23-25: En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaum, junto al lago, en el territorio de Zabulón y se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz brilló. Entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos. Recorrían toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, poseídos, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba. Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.
INVITADOS A REFLEXIONAR
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande. La grave crisis de fe actual está marcando el devenir de nuestra historia. Nos sentimos como el pueblo elegido trabajando en Egipto. Los israelitas vivían marcados por la esclavitud, clamando insistentemente al Señor entre lágrimas y desesperación. Y el Señor, compadecido de su situación, les dice: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado el clamor que les arrancan sus capataces, pues ya conozco sus sufrimientos... Así pues, el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mi” (Ex. 3, 7-9).
Jesús veía las multitudes. Era la gente de su tiempo, el pueblo elegido, el pueblo de la ley, de la promesa. Pero, ve especialmente una sociedad vejada, abatida, perseguida. Era un pueblo cansado, desanimado. Vivía bajo la opresión del Imperio Romano. Ni Herodes, ni los sacerdotes lograban sacarles de su amarga situación. Las ovejas descuidadas, abandonadas, sin pastor, empiezan a correr, se asustan, se bloquean sin saber qué hacer.
En el momento actual vemos también una humanidad cansada, frustrada. Tenemos miedo al terrorismo, nos invade un radicalismo rampante, el relativismo hace mella en muchos creyentes, y las dudas más intensas se instalan en los corazones. La luz grande que puede devolvernos la sonrisa, ha brotado con una fuerte intensidad fuerte en esta navidad. Pero, venturosamente, las sombras de muerte se han disipado en la cueva de Belén y la esperanza ha vuelto con fuerza en nuestras vidas.
No seamos esclavos del pecado.
No seamos cómplices de una ingratitud lacerante.
No dejemos que florezcan nuevas formas de esclavitud.
No dejemos que se pierda la conciencia de lo que significa libertad.
No dejemos que los opresores ahoguen nuestras esperanzas.
No dejemos que los vicios nos opriman
No dejemos de educar a los más vulnerables.
No dejemos de ser fieles a nuestra vocación.
No dejemos que el mal triunfe sobre el bien.
Nada está perdido. Cristo vive y, con su poder maravilloso, sigue tocando vidas, cambiando corazones, dejando huellas indelebles en la sociedad. Hay que repetirlo una y mil veces que el mal no tiene la última palabra. Los hijos de las tinieblas seguirán actuando, pero la victoria final estará del lado de la bondad.
El que es capaz de mirar arriba tiene la posibilidad de ver la luz. Una luz que no procede de los dominios de la economía, ni del poder terreno, sino de un Dios que ha amado tanto al hombre que ha dejado que su Hijo viniera a este mundo para librarlo de la oscuridad y de la muerte.
Cristo es la luz del mundo. Ha llegado el momento que seamos nosotros, los habitantes de esta hora, quienes propaguemos los rayos de esta luz. La llamada de Dios a la liberación no se dirige solamente a los israelitas, esclavos en Egipto, ni a los contemporáneos de Jesús, subyugados por los romanos, sino a nuestros contemporáneos que se debaten por salir de las mazmorras de un materialismo feroz que bloquea conciencias y apaga ilusiones.
Las desventuras de la humanidad pueden ser superadas con la esperanza cristiana. Se necesita únicamente un cambio de vida y una sincera conversión del corazón. Cristo sigue pasando junto a aquellos que están enfermos de todo mal y los cura. Cristo y los cristianos están colocados en la vanguardia de la generosidad que no admite ni treguas ni demoras. Esta es la hora de la liberación. (P. Gregorio Mateu)
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