*Lunes 27 de Marzo 2023
Conocer y servir a Dios.
Evangelio según san Juan 8, 12 20.
En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar a los fariseos:«Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida.» Le dijeron los fariseos: «Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio
no es válido.»Jesús les contestó: «Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi
testimonio es válido, porqué sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros
no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no
juzgo a nadie; y, si jugo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo,
sino que estoy con el que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está
escrito que el testimonio de dos es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y
además da testimonio de mí el que me envió, el Padre.» Ellos le
preguntaban:«¿Dónde está tu Padre?»Jesús contestó: «Ni me conocéis a mí ni a mi
Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.»Jesús tuvo esta
conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y
nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.
INVITADOS A REFLEXIONAR
Casi todos los seres humanos cargamos piedras en los bolsillos, en las manos, dispuestos a lanzarlas sin compasión contra otros seres humanos. Somos especialistas, en buena parte, en encontrar culpables a quienes condenamos sin piedad. Solemos ver con cierta presteza los pecados de los otros, mientras ocultamos ladinamente los pecados propios.
¿Con qué frecuencia condenamos a los que nos rodean? ¿Cuántas veces hemos tirado la primera piedra sin medir las consecuencias? ¿A cuántas personas hemos marcado con el estigma de la condenación? ¿Nos juzgamos a nosotros con la misma dureza que juzgamos a los demás?
Juzgamos y condenamos cuando no sabemos escuchar el grito del hermano.
Juzgamos y condenamos cuando nos creemos los mejores.
Juzgamos y condenamos cuando carecemos de compasión.
Juzgamos y condenamos cuando practicamos nuestra justicia.
Juzgamos y condenamos cuando no sabemos leer el corazón.
Juzgamos y condenamos cuando desconocemos la virtud.
Juzgamos y condenamos cuando aplicamos nuestra conveniencia.
Juzgamos y condenamos cuando señalamos con el dedo.
Juzgamos y condenamos cuando no tenemos la mirada limpia.
Juzgamos y condenamos cuando suponemos o adivinamos.
Juzgamos y condenamos cuando hieren nuestra sensibilidad.
Juzgamos y condenamos cuando no tenemos entrañas de misericordia.
Juzgamos y condenamos cuando queremos justificarnos.
Juzgamos y condenamos cuando nos sentimos acorralados.
Juzgamos y condenamos cuando queremos ser dioses.
El diálogo de Jesús con la mujer está revestido de comprensión y buenos deseos. “Nadie te ha condenado, y yo tampoco”. Consoladoras palabras para quienes nos sentimos y nos confesamos pecadores. Él podría condenarnos, y no lo hace. Muy al contrario, se manifiesta misericordioso, dejando a un lado los improperios para convertirlos en palabras de consuelo y de ánimo.
Los viejos de cuerpo y de espíritu se marchan en silencio, humillados, pero no convertidos. No saben pedir perdón. Prefieren la ley, la apariencia, la superficialidad, la conveniencia. Se condenan a ellos mismos con su orgullo.
Nos sentiremos mejor si aceptamos nuestra debilidad, sabemos pedir perdón e intentamos no pecar más. (Gregorio Mateu)
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