1 marzo 2021
Texto del
Evangelio (Lc 6,36-38): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre
es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena,
apretada, remecida, rebosante, pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque
con la medida con que midáis se os medirá».
Antes
de hablar, escucha. Antes de actuar, reflexiona, Antes de correr, anda. Antes
de criticar, comprende. Antes de rendirte, inténtalo.
Si
tienes compasión estás muy cerca de la sabiduría. Si alcanzas la sabiduría
podrás mejor ayudar a otros. Si logras ayudar a otros, habrás logrado la
terapia de la compasión. Y con todo ello irás alcanzando tu propia felicidad.
La
bondad en las palabras genera confianza. La bondad en el pensamiento recrea
profundidad. La bondad en el dar crea amor. La esencia de la compasión es la
comprensión al ponernos en la piel de los demás.
La
compasión resulta imprescindible en toda comunidad humana, sin ella no se
podría vivir. Hasta que extendamos la compasión a todos los seres humanos, no
podremos encontrar la paz.
La paz
interior llegará cuando practiquemos la compasión y el amor, la comprensión y
el respeto. Sus enemigos de la paz son el miedo, la ira, el temor y los
recelos. No mires, no hables, no oigas todo aquello que te quita la paz.
Ve con
cuidado con la tristeza. Llega lenta, suave, callada, se transparenta luego en
la mirada, en las lágrimas y se va instalando poco a poco y cómodamente en el
corazón para amargar toda tu vida.
Habla
con el lenguaje del corazón, mira con los ojos de la compasión y escucha con
los oídos de la tolerancia. Hay palabras mágicas que deben permanecer siempre
en tu boca: lo siento, gracias, disculpa.
Qué
bella eres como persona cuando te muestras imperfecta y frágil, sin pretender
ser lo que realmente no eres.
Tener
compasión de verdad es vivir con lo que vive el otro, sufrir con lo que sufre
el otro, pasar con lo que pasa el otro, ocuparse de la desgracia del otro,
dolerse del fracaso del otro para facilitar su recuperación. (G.M.E.)

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