4 Marzo
Texto
del Evangelio (Jn 2,13-25): Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y
encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera
del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas
y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí.
No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Sus discípulos se
acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará. Los
judíos entonces le replicaron diciéndole: «¿Qué señal nos muestras para obrar
así?». Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré».
Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir
este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero Él hablaba del
Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se
acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y
en las palabras que había dicho Jesús. Mientras estuvo en Jerusalén, por
la fiesta de la Pascua, creyeron muchos en su nombre al ver las señales que
realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos y no
tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues Él
conocía lo que hay en el hombre.
El episodio del Templo, cuando Jesús echa fuera
a los cambistas y mercaderes, expresa cómo quiere Dios que sea su verdadero
culto: “en espíritu y verdad”. Alejado de negocios rentables, de apariencias
sin vida, de virtualidades falsas.
La
imagen de un Jesús violento, látigo en mano y volcando las mesas a empujones o
patadas, es tan dura que cuesta aceptarla o asimilarla. Le indigna la actitud de aquellos que tratan de aprovecharse de la
fe para hacer negocios rentables. No soporta una religiosidad de conveniencia,
de apariencias fútiles, de cumplimiento sin vida. La acción inesperada de
Jesús, dejó a los judíos impresionados e irritados; ¡aquello era intolerable!
La respuesta de Jesús, en esta ocasión, es un
enigma, un misterio. Ser creyente no es un privilegio para sentirnos
superiores, sino un don para ser más serviciales, pero al ser humano le gusta
encontrar distintivos que le diferencien o distingan de los demás, aún en el
terreno religioso.
El templo que no es “casa de oración”, se convierte inevitablemente en “mercado” y “cueva de ladrones”. Se va al templo con humildad, para purificar nuestras vidas, para adorar a Dios, para rendirle culto y tributo, para fomentar la comunidad de fe, de vida y de amor de los creyentes.
No acudimos al templo para obtener un seguro de impunidad, para dar la impresión que somos buenos, o para calmar el reproche de la conciencia. No se puede visitar el templo, y después continuar robando, explotando, haciendo daño a otros. Dios no acepta las genuflexiones de quienes pisotean la justicia.
El
templo es casa de oración, hogar de la comunidad de hermanos, espacio de
glorificación del Señor, escuela de la
Palabra, recinto de caridad y pacificación, lugar de los sacramentos y morada
del Altísimo. (G.M.E.)
El penúltimo párrafo hay que ponerlo en mayúscula amigo Mateu. Abrazos...
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